Era la época de los nuevos descubrimientos y en Europa se rumoreaba que la región de Baja California era abundante en agua y vegetación. Cuando Hernán Cortés llegó hasta ahí en 1535, sin embargo, se sorprendió al ver a los pueblos indígenas cazando en medio de un ambiente árido y desértico.
Para los pericúes y los guaycuras, pueblos nativos de la región, los periodos alternantes de sequía y lluvias eran simples hechos de la vida. Pero estas condiciones representaron un verdadero obstáculo para los conquistadores, tanto así que no fue sino hasta 1697, con la fundación de Nuestra Señora de Loreto, que California fue colonizada por la orden de los jesuitas.
Las misiones de Baja California florecieron y se esparcieron hasta llegar al extremo norte de California, incluyendo la fundación de Todos Santos en 1724. En un principio, la vida en estos asentamientos fue dura, pero eficiente. Los lugareños, quienes eran convertidos al catolicismo, compartían su conocimiento de la región con los jesuitas y apoyaban en el cultivo de frutas y caña de azúcar para subsistir.
Con mucha disciplina y dureza, los jesuitas se encargaron de establecer líneas de trueque con los mineros y con los comerciantes de los estados aledaños de Sonora y Sinaloa, con quienes intercambiaban sus productos agropecuarios por telas, materia prima y los víveres necesarios para subsistir.
Muchos años después, cerca de 1890, la escena ya había cambiado y entonces, apareció un pequeño pueblo lleno de vida que sería donde la casa en la que nuestro hotel se encuentra hoy construido.Rico en su historia, hoy comienza un nuevo capítulo.